A veces esperamos demasiado un momento, lo anhelamos con todas nuestras fuerzas, esperando que todas nuestras ilusiones se vuelvan realidad en ese instante.
Idealizamos el momento, lo pensamos e imaginamos, ocurriéndosenos las más locas ideas, las más bellas esperanzas.
Nuestra felicidad, nuestros sueños e ilusiones se posan en ese efímero instante que creemos será el mas alegre de nuestra vida. ¿Qué pasa cuando lo que creemos que sucederá no sucede?
Tristeza, dolor, depresión. Todas aquellas ilusiones que hizo nuestra mente se van por el drenaje, todo lo que imaginamos se destruye, se rompe el delicado cristal que sostiene nuestras metas.
El día que supuestamente seria el más feliz de nuestra existencia, se convierte en El día donde mueren las esperanzas.
Por esa razón ilusionarse demasiado no es bueno para la mente ni el corazón, el solo hecho de sobreestimar un momento que aun no llega es tonto, estupido, insensato. Pero igual lo hacemos, porque en ocasiones, nuestros sueños son mejores que la realidad, y preferimos vivir en la fantasía que ver las cosas como realmente son. Es más divertido.
A lo mejor gozamos haciendo eso, emocionarnos de mas para que luego llegue la desilusión, pero hay que saberlo afrontar, saberlo controlar.
En ocasiones, la situación puede dar un giro, y la realidad termina siendo mejor que la fantasía. De todos modos no hay que hacerse tantas ilusiones, no es malo idealizar el momento, lo que es catastrófico es exagerarlo, porque al final no todo sale como lo planeamos y podemos terminar sumergiéndonos en nuestra propia tristeza a causa de una desilusión.
Todo es cuestión de equilibrio, supongo.

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